lunes, enero 24, 2005

Con permiso... Soy Tobyto.

El vejete calvo quedó dormido ante el computador. Guardé su programa, activé Documento 1 que esconderé en uno de los archivos privados de Evelyn y me estoy dando el gusto de anticipar relatos que el pelado tiene para después. Va a describir sus seis árboles del patio como bosque virgen donde no hay podas ni uso de químicas, eso es cierto pero son seis arbolitos no más; Los llama edificios de departamentos de sus amigos alados. Más que chocho es chiflado. ¡Amigo de gorriones y de mirlos!
Se le ha presentado un problema. Los mirlos no están llegando a alojar y los gorriones disminuyeron en gran cantidad. El viejo no sabe la causa pero yo el Toby de siempre, la conozco.
Desde un par de semanas pasadas, cayendo la tarde y el sol por retirarse a su merecido descanso visita fugazmente los árboles una ave tamaño de paloma, contextura delgada, color café clarucho, como de blanquizco a rojizo y se lleva algún pequeñuelo de un nido. Para requerir información visité a Ramiro, en mente y espíritu, no en presencia física. El vive tres casas, más allá en dirección sur; entre él y Luis, nuestro vecino inmediato, vive Rosita, una viuda de muy buen ver. Ramiro es un experto y sumamente informado pajarólogo ¡Qué el vocablo no existe! Desde ahora si, yo lo creé. Me contesta Ramiro, hosco, se que por dentro es puro corazón, “Debe tratarse de un cernícalo, ya se cebó y va a seguir viniendo hasta cuando a él se lo coma una ave de rapiña más grande”
El viejo pelado va a tener que esperar un tiempo para que sus árboles se vuelvan a llenar de arrendatarios. Y me retiro porque está despertando.

jueves, enero 20, 2005

Toby y Torrante

Esta historia es de Toby. La inserción de torrante era necesaria porque entre ellos ha comenzado una relación confianza-desconfianza, amistad-enemistad digna de observar. Y torrante e ina ya saben que Toby es intocable. Se los hice notar y se los reafirmo cuando es necesario. El pequeño bulto, redondo y peludo, movedizo e imprevisible se dio cuenta e insiste en mamar de la perra o, por lo menos, morderle las patas. Y oler profunda y cuidadosamente a torrante ¿de donde sacarán ese olor estos animales que sin duda no son perros?.
Torrante se aguanta las ganas de darle su merecido y busca alguna altura donde refugiarse. Seguramente Toby lo desafía: baja, cobarde.

miércoles, enero 19, 2005

La llegada de Torrante

Cuando murió mi última gatita me dije: no más gatos, por ningún motivo, por ninguno, ninguno No soy especialmente aficionado a los gatos pero soy admirador de su fuerza, agilidad e indiscutible gracia de felinos. A mi fallecida gatita la observé en varias ocasiones subir al níspero, edificio de departamentos de cualquier alado que necesite habitación, y bajar con un gorrión en su boquita, abrirlo en canal y disfrutar de su caza. ¡Tan dulce ella! Unos maullidos claramente desesperadas peticiones de auxilio. Interpreto, ¿o traduzco? o ¿intuyo? Tú eres mi única y última oportunidad de vivir. Encimado en un muro divisorio un bulto con cierto parecido gatuno, impresionante por lo flaco, huesos envueltos en forro sucio, con pelos larguísimos colgando por algún lado y carente de pelos en otras zonas. El hocico fuertemente cerrado con varios centímetros de lengua blanca sucia con marcadas estrías casi sangrantes colgando. Lo invité a bajar y le puse un pocillo de agua a la vista. Dadas sus experiencias con la especie viviente racional no iba a confiar de buenas a primeras en uno de ellos y se produjo una paradoja, me pedía auxilio y no lo aceptaba. Buscando una solución opté por colocar el agua y otro pocillo con alimento para perros, no disponía de uno para gatos, sobre el techo de un galpón y me alejé, me retiré del lugar. Volví horas después y había bebido y comido moderadamente, estaba echado a algunos metros del lugar de su último, inesperado y, dudoso festín. Para que los canso. Me costó varios días conseguir que me permitiera acercarme a cerca de un metro de él. Cuando me permitió que le tocara la cabeza, solamente una vez y se retiró, ambos sentimos que comenzaba una amistad.
Le dediqué un apelativo: “atorrante”. Evelyn lo desposeyó de la “A” y ahora es “torrante”.
No lo llevé a veterinario. Consulté con uno que me indicó antiparasitarios intestinales. En los siete u ocho meses que llevamos juntos sigue flaco, casi esquelético y con gustos y exigencias bien definidas en su alimentación. Acepta una sola marca de pelets [así los mentan, así lo escribo] y, será mi suerte, le gustan los más caros. La vida es injusta. Y los gatos también.


martes, enero 18, 2005

El primer día

Debo limpiar algunas suciedades en la cocina y no puedo porque este perrito insiste en participar. Lo llevo al patio y lo presento a Ina, pequeña perra, quiltra, en cuyo árbol genealógico lucen su presencia los quiltros desde el comienzo de los tiempos y cuya edad es la de matusalén más ocho. La actitud de ambos animalitos de Dios fue inesperada y frustrante. Toby analizó con toda rapidez: perra, tiene tetas, mamo. Y trasladó su inagotable fuerza para producir ruidos nocturnos a procurarse unas chupaditas de su inesperada ama de leche. Reacción de la Ina: demostró su rechazo mediante una combinación de ladrido-rugido con mostradura de los sitios donde tuvo dientes y con postura sugerente de irse encima y destrozar al atrevido. Toby, dudoso, desconocedor de esas reacciones tan, pero tan insociables, optó por morderme los pantalones mientras decidía como entablar relaciones con ese otro animal de aspecto diferente, olor desconocido y, estaba por asegurar, poco grato. El gato por su lado me miraba exigiendo una explicación clara de aquella inesperada y no deseada visita.

sábado, enero 08, 2005

Una llegada inesperada

Confidencio a mi amiguita Evelyn: estoy en observación de los perros callejeros para invitar uno adulto macho, joven, de estatura mediana a algo más pequeña, que me impresione como sano, a entrar a la casa, convencerlo con comida buena en frecuencia y cantidad apropiadas de que la vida hogareña es preferible a la vagancia y esperar que a cambio él ofrezca dientes, ladridos y vigilancia.

¡Fui víctima de un asalto a mi casa con destrucción y robo! NECESITO UN PERRO COMO EL DESCRITO.

El 18 de febrero del 2004, consigno la fecha porque en ese momento cambió mi vida, Evelyn me comunica telefónicamente que está solucionado el problema del perro, agrega que es un cachorro algo más joven que lo que desea pero “como crecen tan rápido”. Y me pregunta si estoy dispuesto a aceptarlo porque será traído de Santiago. Con algunas dudas por aquello de “cachorro algo más joven” acepto cayendo en una trampa del destino con Evelyn de intermediaria. Al día siguiente se concreta mi infortunio. Soy llamado a casa de Evelyn a buscar mi necesario perro guardián. Me lo entregan en una cajita de madera, mide 29 centímetros de la nariz a la cola, pesa 1007 gramos y busca con ganas y desconcierto por no encontrar la teta de su madre y el calorcito que tendría que estar proporcionándole. Pregunto: ¿tengo que darle mamaderas? y recibo una respuesta que, como diría un literato, me libera de un peso aterrador: come alimento; le ponen un pocillo con pelets [así los mentan y así lo escribo] y mi formidable perro guardián coge uno y produce un estruendo de crujidos con la molienda y toma otro y otro pelets.

Busco desesperadamente razones atendibles para rehusarlo y soy impotente ante la lluvia de argumentos. “es tan lindo”, “va a ser tan bravo” y los tan se multiplican y en el substrato del asunto está que acepté lo trajeran de Santiago. Y AQUÍ ESTÁ. En el camino ya se permitió un par de mordiscos a mis dedos y una vez en casa, en la cocina, como sugirió Evelyn, me demuestra inmediatamente su capacidad para salir y entrar del cajón, en mitad de su demostración quedaba colgando de su guata con patas delanteras y traseras en el aire pero no era inconveniente para quedar dentro o fuera del cajón según fuera su férrea voluntad. Dejo cerca del cajón un pocillo con agua y otro con pelets para que proveyera sus necesidades nocturnas sin molestar mi sueño. Apago la luz, cierro la puerta de la cocina, voy a mi dormitorio, me desvisto y métome en cama, busco una posición cómoda y relajada, pido a mi ángel de la guarda que me libre de problemas y empieza el sueño a llevarme a otras regiones con la deseada promesa de descanso cuando un ruido mezcla de gemido, ladrido, rugido, berrido, aullido invadió la casa, la calle, el barrio y la ciudad. Toby reclamando la presencia de su madre o, a juego perdido, la mía. Corro a la cocina antes de ser acusado a la sociedad protectora de animales y Toby alborozado, cambia sus horrísonas manifestaciones de abandono y desprotección por un vigoroso y entusiasta intento de trepar por mis piernas. La ciudad queda en silencio. Lo acuesto en su cajón, lo acaricio y basta para que se duerma profundamente. Apago la luz, cierro la puerta de la cocina, vuelvo a mi cama contento por haber sido capaz de solucionar inconvenientes inesperados y nocturnos, duermo tranquilo, relajado, tal como corresponde y necesita un propietario novato de un cachorro también novato pero dotado de una capacidad asombrosa de manifestaciones sonoras y … no… ¡ahí está otra vez! Corro a la cocina y se repite toda la escena anterior. Para que los canso relatándoles cada episodio si fueron decenas, centenes, miles de veces durante la noche.
Estoy superado, sobrepasado, derrotado, vencido, incapacitado. ¡No puedo manejar este problema! ¡Toby gana! ¡Toby me ganó! Aquí estoy sentado en un piso al lado de un monstruo que duerme apaciblemente.

Poniendo en su lugar al insolente.

Mi nombre es Chocho el Viejo, disfruto la vida viviendo mi octogenaria etapa. Soy el amo de Toby, tal como usted oye y no el humano a su servicio como él se permitió afirmar y llamar “el viejo pelado” Le he suspendido absoluta y definitivamente el acceso para comunicarse con ustedes, eso no corresponde y yo me encargaré de contarles como y porqué fue mi aciago encuentro con ese animal.

jueves, diciembre 16, 2004

El "Torrante", la historia de un buen amigo

Para relatar mis acabados conocimientos relativos a un pasado anterior a mi nacimiento, ustedes recordarán que en mi sencilla presentación informo la fecha que enriqueció al mundo con mi presencia., debo en bien de la claridad y comprensión del relato confesar uno de mis secretos: No todos los canes del mundo sino solamente los pocos pertenecientes a la clase superior perruna tenemos la capacidad de ingresar en la mente de los humanos que en suerte viven para nuestro servicio. Desde luego su mascota también es de clase superior, no lo dude. Difícil tarea meterse en la mente del viejo pelado que viene ingresando cosas inútiles a su cabeza desde 1922; tengo que meterme empujando con fuerzas, imagínense que en la parte correspondiente a su niñez un adulto de aquella casi cavernaria época decía a los padres de mi viejo pelado: “Que ridiculez más grande trae la prensa de hoy, intentos de meter la voz humana dentro de tubos y alambres para llevarla a varias cuadras de distancia y aún llegar a una legua están teniendo éxito. O son trucos engañosos o son engendros del demonio. La voz humana es para ir de una boca a un oído y lo demás son pamplinas.” Y siguen las cosas inútiles dentro de esta cabeza atiborrada de ellas. Consigo llegar a la época moderna donde está ”torrante”. Por motivos cuyo relato alargaría excesivamente esta narración el viejo pelado había determinado con toda firmeza no permitir el ingreso de ningún ejemplar felino a su hogar, claro que este cuento de porqué no recibiría gatos puede quedar en el tintero……. ¿En el tintero?..... ¡Que anticuado! ¡En el teclado! Posiblemente, si el tiempo me alcanza vuelva sobre los motivos de esta determinación, soy un perrito muy ocupado. Hace algo más de dos años encima del muro divisorio con la casa de nuestro vecino Luis, ya cayendo la tarde, se arrastraba lenta y muy quejosamente una forma animal con un lejano parecido a gato, le colgaban pedazos de pellejo con tremendamente sucios pelos, del hocico le colgaba un remedo de lengua seca blanquiamarillenta con largas estrías sanguinolentas y un remedo de maullido ronco, casi inaudible para el viejo pelado que por añadidura es sordo, decía claramente ”ustedes son mi última oportunidad de vivir, por amor de Dios ayúdenme”. Los ustedes eran solamente la ina y el viejo que se sintió movido a compasión e ingenuamente hizo intentos para que el espantoso simulacro de ser viviente bajara, le decía “cuchito, cuchito”. El supuesto cuchito había recibido tan malos tratos de los humanos durante toda su vida que era imposible que confiara en uno aún cuando le hubiera pedido ayuda. La ina estaba tan desconcertada que se abstuvo de ladrar hasta cuando se dio cuenta que las intenciones del viejo eran las de auxiliar al andrajoso esperpento y grotesco mamarracho metido en una simulación de piel de gato. Tan pronto como intuyó que si la indeseable visita recibía alguna atención nadie iba a poder sacarla de casa ni a cañonazos hizo presente su absoluta oposición. ¿Han visto ustedes que alguna vez la oposición de los débiles sea escuchada? El gato, llamémoslo así, después de observar que no había ningún humano a la redonda bajó al techo de un galpón donde el viejo le había dejado un pocillo con agua y un plato con pellets. Relatar los cuidados que el viejo administró al “atorrante”, con ese nombre fue inscrito en los registros de este hogar pero Evelyn, ingeniosa y conocedora de leyes que autorizan el cambio de nombres lo rebautizó “torrante”, decía a ustedes que sería cansarlos innecesariamente relatar los cuidados administrados y una fotografía de torrante puede informar lo que se logró con él después de un año largo, catorce o quince meses de cuidados. Siempre se dice que una imagen vale miles de palabras y nunca se dice que puede tanto o más mentirosa que el verbo. Ese gatito de correcto pelaje que muestra la foto tiene apenas el peso de cuatro gorriones, al tomarlo se tocan huesos sin carne ni grasa, después empezó a decaer y pese a todos los cuidados un año después murió. De este modo me enteré que los compañeros de ruta no son eternos. Adiós torrante, te mostré mi afecto con todo el vigor de mis lengüetadas.

sábado, noviembre 27, 2004

Compañeros en esta ruta existencial

Por orden de importancia son la ina, el torrante, Evelyn y el viejo pelado. La ina es una quiltra que viene del remoto pasado, no tengo información exacta del número de años, es posible que sean varios o bastantes siglos; ni siquiera puede correr, sólo trota y para mi es un misterio como hace para llegar antes que yo a los platos con pellets. Espero conseguir con Evelyn que de a conocer una fotografía de la ina, ya que las palabras suelen ser menos eficaces que las imágenes en una descripción pero ustedes, mis inteligentes lectores, merecen el esfuerzo.
Quiltra obesa, consume tres veces más alimento de lo que gasta en energía y cuando el viejo pelado concluye que corresponde ponerla a régimen dietético y le disminuye un puñadito de pellets ella acaba su ración y viene a mi plato a resarcirse abusando de mi inveterado respeto por los ancianos.
Tal como participé, con mucha modestia, de mi vestimenta les informo como viste esta congénere. Pelo blanco sucio, liso grueso, corto, con manchones negros, distribuidos de cualquier modo como si hubiera escapado de alguien que le lanzó un tarro de pintura negra, se salvó del chorro grueso pero no de las salpicaduras. El viejo semicalvo, usted quería que dijera, casi alcanzó a leer “pelado”, la barre, si como suena si está leyendo en voz alta y si no, tal como lee, la barre con un escobillón y ella lo permite, primero de pie, después el viejo le ordena “muérase” y se acuesta de lado, otro barrido y empujada por el escobillón rota sobre su lomo, presenta el otro costado, barrido final y se para moviendo su mezquino, casi inexistente rabo sin mostrar molestias por haber recibido el mismo tratamiento que un suelo sucio. El viejo, ahora si, pelado, limpia el escobillón frotándolo contra un árbol y reclama de la abundancia de pelo perdido por la quiltra: “En esto pelos se me va la jubilación” No puedo terminar esta corta y carente de detalles presentación sin relatar el origen del nombre ina y como fue la llegada de la quiltra a este hogar que me tocó en suerte, suerte dudosa ya que habría merecido, por lo menos, tener a mi servicio a un viejo con toda su cabellera. A esta casa llegó en tiempos también remotos, entre quince y veinte años, una pequeñita dobermann con el carácter más alegre y amistoso que se haya conocido en perra alguna. Cuando el viejo, con un poquitín más de cabello en esos años, la sacaba a pasear a la calle, ya adulta y con el nombre de ina, atada con una resistente y brillante cadena que diera tranquilidad a los transeúntes veía con pena como todos cambiaban de vereda y nunca tenía oportunidad de mostrar sus raudales de cariño. De haber sido posible ella habría puesto sus patas en el pecho y lamido entusiastamente la cara a cualquier amistad que hubiera conseguido. El lamido siempre que no hubiera derribado al o la valiente. Tuvo que pagar por la mala fama de los dobermann. Ocurrió, en una oportunidad, que en la vereda de enfrente estaba echada al sol una quiltra callejera de despreciable y desconocido origen y a un descuido del viejo la ina sale, atraviesa, la quiltra no muestra ningún temor y recibe como saludo y homenaje merecido todas las lengúetadas que, por fin, pudo dar la ina. Decidieron que la repentina amistad debía continuar e ingresaron las dos a la casa, el viejo dijo una vez: “Como comadres de mate y tejido” ¿Y el viejo pelado? Tuvo que aceptar que donde manda dobermann no manda viejo. . Fallaron los intentos de colocarle nombre, a la voz de “ina” llegaban las dos y a la de “quiltra fea” también se presentaban ambas. La ina original tuvo cáncer a las mamas y falleció. Después de su muerte la quiltra ahora propietaria única del nombre ina, durante muchos meses pasó horas echada diariamente sobre la sepultura, presumiblemente esperando que su amiga saliera de ese lugar.